Por: Jairo Bohórquez Guillén
En
el sexto día creó Dios al hombre
para
que señoree sobre todo lo existente.
Y
viendo,
que
el hombre descansaba
placido
y tranquilo
tomó una de sus costillas
quitándole
sosiego, expulsándolo
sobre
la humedad de sus aguas.
Después,
ya
no hubo más
manzanas,
peras
duraznos,
sandias
higos, ni aceitunas
tan
solo sudor amargo
bajando
de sus sienes.
Saboreó
la tierra
labrada
con sus manos
con
sus pies
con
su espalda
con
llaga entre los labios.
Entonces,
fue
paria en sus dominios.
Caminó
sin brújula,
sin infierno ni cielo
construyendo
y desconstruyendo
su
propio paraíso.
Pisada
por pisada
tiempo
por tiempo
minuto
por siglos
olvido
por olvido.
Perdiendo en la memoria
de
la inmensidad
su
propia historia.
Sus dominios
no
eran suyos
vio
como las olas
borraban
sus huellas
y
hombres alados
volar
entre las estrellas.
Al
final,
Cansado,
sintiéndose pequeño
bajo
la tempestad de lo inexplicable
no
fue el sexto día
ni
el séptimo
o el
octavo
tan
solo uno de tantos
para
explicar lo que no entendía
en
su peregrinación
decidió
crear un ser superior.
Lo
llamó Dios.
Pero,
el hombre quiso
ponerlo
en un lugar distinto
Intocable
para el mundo.
Le
dio una corona
lo
sentó en trono de oro
rodeado
de seres similares.
No
lo puso en un paraíso
para
ser expulsado.
No
le quitó la costilla
lo
hizo completo.
Ahí
quedó
Ahí
sigue…
Cuadro de Oswaldo Guayasamín